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ISSN 1989-4163

NUMERO 118 - DICIEMBRE 2020

 

Malditos Rasgos Circunstanciales

Javier Cánaves

Por circunstancias que no vienen al caso, termino releyendo, tantos años después, Cumpleaños, de César Aira. Sí, esa novela que no es una novela y que suele gustar a los no lectores de Aira, a pesar de que es puro Aira. En su último capítulo, el argentino habla del hastío o la imposibilidad de seguir escribiendo novelas. Y ese hastío o lucidez o imposibilidad se deben, en palabras de Aira, a esa cosa llamada «invención de rasgos circunstanciales». ¿Y qué son los rasgos circunstanciales?, os preguntaréis. Pues muy fácil: «los datos precisos del lugar, la hora, los personajes, la ropa, los gestos, la puesta en escena propiamente dicha». Al argentino le parece ridículo, infantil, agotador, perder tiempo en la invención de cosas que no existen en realidad. Pero, claro, sin esos detalles no podrían existir novelas. Se convertirían en engendros abstractos, genéricos, sin razón de ser. Todo este asunto me ha hecho pensar en algunos autores (McCarthy, Coetzee, DeLillo, Hemingway), en cómo fueron adelgazando o simplificando o conceptualizando sus propuestas. La pereza o la sensación de ridículo o el dolor de huesos y articulaciones no son buenos compañeros a la hora de ponernos a inventar «rasgos circunstanciales». Porque inventar rasgos circunstanciales es agotador. Pero no es solo agotador, además, es un poco ridículo, ¿verdad? Andar inventado cosas «que en realidad no existen», como si todavía fuéramos niños. Lo que nos gusta a los adultos es hablar de cosas serias, reales, o reírnos de esas mismas cosas serias y reales, profundas, etc., pero no andar perdiendo el tiempo con fantasías e invenciones, esas cosas irrelevantes. ¿Que cómo iba vestido? ¡Yo qué sé cómo iba vestido! ¿Acaso importa? De ahí que se diga que todo novelista guarda vivo en su interior el niño o la niña que fue, ese ser extraño capaz de perder todo el tiempo del mundo en cosas totalmente insignificantes, inservibles. O de lo contrario se vuelve conceptual y frío. O hace como César Aira. ¿Y cómo se las apaña el argentino? Escribiendo novelas que en realidad no son novelas, tematizando el asunto, dando vueltas a su alrededor en busca de una chispa mágica o lo suficientemente inusual para pasar por mágica. Y, bueno, bien mirado, ¿quién necesita novelas?

 

 


 

 

Cumpleaños 

 

 

 
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